DEMOCRACIA Y ALCALDADAS
Sean ustedes sinceros si deciden meditar sus respuestas a las preguntas que haremos más abajo. Y no las contesten conforme a la ideología que profesen, a su militancia en un partido político determinado o a su simpatía por dicha agrupación. Procuren sólo contestar juiciosamente, pensando únicamente en lo que está bien y en lo que está mal, o en lo que debe admitirse o debe rechazarse en aras del orden urbano, del civismo, de la educación y de la estética, esta última también deseable en una sociedad auténticamente civilizada.
Las preguntas son: ¿se debe reconocer el derecho de una minoría a hacer públicamente cosas que desagradan mucho a prácticamente todos los vecindarios y que éstos no las admiten? ¿tiene un alcalde derecho a imponerle a esa gran mayoría de ciudadanos las cosas que agradan sola y exclusivamente a la minoría? ¿es realmente legal la decisión de un alcalde que proceda de ese modo, y es democráticamente admisible su modo de actuar en este caso?
Estos interrogantes se los hacen muchos ciudadanos aquí y allá, cada uno de ellos en su respectiva localidad. Pero en este momento estamos pensando en el baile señor Clos, máximo responsable del Ayuntamiento de la Ciudad Condal.
El socialista señor Clos, dio carta blanca a los nudistas para que pudiesen pasear sus carnes totalmente desnudas por las partes tanto céntricas como menos concurridas de Barcelona. Se trataba de reconocerles ese derecho. Desde entonces, ya sea en la Ciudad, ya en la Provincia, se ven de vez en cuando parejas o grupúsculos andando en cueros por los paseos veraniegos o sentándose en los bancos de los jardines.
Cada vez que en la vía pública se ve cómo sudan las humanas carnes desnudas, cómo huelen a veces los sudores, qué poco estéticos resultan los michelines puestos al descubierto, y cómo acuden las moscas a las partes genitales de ambos sexos, surge la interrogación de si vivimos en un país democrático o en una minoritocracia en la que las minorías imponen su voluntad a las mayorías y en la que unos alcaldes actúan dictatorialmente siempre pendientes de dedicar sonrisas a todos y de hacer cucamonas a los sectores más pequeños.
Las mayorías calladas casi nunca protestan y casi nunca son consultadas. Pero más de una vez se sienten ofendidas e interiormente aborrecen a los corregidores que ostentan su cargo de una manera tan arbitraria y poco aceptable.
OBSERVADOR
Las preguntas son: ¿se debe reconocer el derecho de una minoría a hacer públicamente cosas que desagradan mucho a prácticamente todos los vecindarios y que éstos no las admiten? ¿tiene un alcalde derecho a imponerle a esa gran mayoría de ciudadanos las cosas que agradan sola y exclusivamente a la minoría? ¿es realmente legal la decisión de un alcalde que proceda de ese modo, y es democráticamente admisible su modo de actuar en este caso?
Estos interrogantes se los hacen muchos ciudadanos aquí y allá, cada uno de ellos en su respectiva localidad. Pero en este momento estamos pensando en el baile señor Clos, máximo responsable del Ayuntamiento de la Ciudad Condal.
El socialista señor Clos, dio carta blanca a los nudistas para que pudiesen pasear sus carnes totalmente desnudas por las partes tanto céntricas como menos concurridas de Barcelona. Se trataba de reconocerles ese derecho. Desde entonces, ya sea en la Ciudad, ya en la Provincia, se ven de vez en cuando parejas o grupúsculos andando en cueros por los paseos veraniegos o sentándose en los bancos de los jardines.
Cada vez que en la vía pública se ve cómo sudan las humanas carnes desnudas, cómo huelen a veces los sudores, qué poco estéticos resultan los michelines puestos al descubierto, y cómo acuden las moscas a las partes genitales de ambos sexos, surge la interrogación de si vivimos en un país democrático o en una minoritocracia en la que las minorías imponen su voluntad a las mayorías y en la que unos alcaldes actúan dictatorialmente siempre pendientes de dedicar sonrisas a todos y de hacer cucamonas a los sectores más pequeños.
Las mayorías calladas casi nunca protestan y casi nunca son consultadas. Pero más de una vez se sienten ofendidas e interiormente aborrecen a los corregidores que ostentan su cargo de una manera tan arbitraria y poco aceptable.
OBSERVADOR
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